EJERCITO MEXICANO, EJERCITO MASONICO Y TRAIDOR

Vergonzosa "batalla" librada por tropas del Ejército Federal Mexicano en 1946 contra mexicanos, hombres, mujeres y niños indefensos, por el delito de manifestar su inconformidad con la imposición,del entonces PRM..

viernes, 7 de mayo de 2010

Ejército de Asesinos...

Una vez más ha caído una negra mancha en la dudosa honra del Ejercito Mexicano, que pasará a la historia con el baldón de que en la lista de las tiranías en México y de otros países, no hay nada que pueda igualarse a los asesinatos en masa realizados por el Ejército Nacional en complicidad con el Gobernador del Estado y su camarilla política, miembros todos del llamado Partido de la Revolución Mexicana (P.R.M.) -Antecesor del actual Partido Revolucionario Institucional- en la ciudad de León, la noche del día 2 de enero y la mañana del día 3 de enero de 1946.

Cientos de muertos y más de cuatrocientos heridos forman el saldo de la vergonzosa "batalla" librada por tropas del Ejército Federal contra mexicanos, hombres, mujeres y niños indefensos, por el delito de manifestar su inconformidad con la imposición, por el fraude y la violencia de los candidatos del P.R.M., al que pertenecen el Gobernador del Estado y su camarilla política, para formar el Ayuntamiento de la ciudad; porque el pueblo de León no ha querido que los miembros del P.R.M. sigan gastando el dinero de la ciudad sin dar cuenta de su inversión; porque ha querido que las elecciones no sean una burla, dando a la Nación una prueba de civismo. Ejército post-Revolucionario de origen Masónico y Anticristiano.

En la noche del día 2 de enero, la Plaza Principal de León se encontraba animada por numerosa concurrencia de gentes muy ajenas a la suposición de que se esperaba una tragedia.



La víspera, se había instalado, protegido por soldados federales, el Ayuntamiento fraudulentamente declarado electo por los miembros del P.R.M., a que pertenecen el Gobernador y su camarilla política, y bajo la excitación del atropello, un grupo de estudiantes y de obreros llevó una ataúd que simbolizaba al P.R.M. y le prendió fuego. Aquello que no pasaba de una farsa estudiantil y popular, que divertía a la muchedumbre y que pudo prudentemente evitarse, fue la señal para que los soldados federales, instalados en las azoteas de la casa municipal, tras aspilleras, frente a la misma y en las bocacalles conducentes a la Plaza, hicieran descargas con ametralladoras contra la masa compacta del pueblo que se hallaba en la Plaza.



Naturalmente, el pueblo se dispersó, y allí habría terminado todo; pero se necesitaba escarmentarlo para que no volviera a acordarse de sus derechos cívicos; y para que sirviera de ejemplo a toda la Nación, las tropas se dispersaron por las calles en persecución de los fugitivos, con voluptuosidad de sangre.

Los carros blindados, los jeeps, las ametralladoras, comprados con dinero del pueblo para la defensa de su patria contra los enemigos extranjeros, se estrenaban en ciudadanos mexicanos para que el P.R.M., al que pertenece el Gobernador del Estado y su camarilla política, lograra burlar el voto público.


La matanza se consumó sin que mediara causa ni justificación. Aquella soldadesca, obedeciendo fielmente las órdenes de sus superiores, llevó a cabo una de las masacres más bárbaras, más salvajes, más criminales de que el pueblo de México tenga memoria.



En la Plaza Principal quedaron, como muda prueba de la barbaridad cometida, grandes charcos de sangre y, frente a Palacio, el ataúd medio quemado que en uno de sus costados llevaba la leyenda: P.R.M.

Nunca se supo con certeza cuántas personas murieron en aquel holocausto; mucho se habló de inhumaciones clandestinas e incluso de cremación de cadáveres por parte de los elementos militares, quienes con ello buscaban menguar, dentro de lo posible, el efecto psicológico que un número elevado de personas muertas, pudiera tener para con la población en general. Con todo, la cifra de muertos dada a conocer por las autoridades médicas, después de que fue posible elaborar un dictamen, rebasó el número de cincuenta y los heridos fueron más de quinientos; cabe añadir que muchas de las personas heridas quedaron lisiadas de por vida, y que en otras, el efecto psicológico que les produjo aquella matanza, les lesionó sus facultades mentales.

El ejército mexicano quedó bastante desacreditado después de aquella acción.